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Artículos de interés

4. PRINCIPIO DEL RECONOCIMIENTO DE LA INDIVIDUALIDAD Y LA DIFERENCIA

No debes dar o hacer por los miembros de tu familiar aquello que quieres para ti mismo… Ellos pueden tener gustos diferentes.

Somos diferentes. Esta es nuestra riqueza y también el reto en la construcción de nuestra relación. Podemos intuir lo que el otro necesita, lo que le gusta y lo que le disgusta; podemos captar con mayor o menor precisión sus sueños o deseos, pero sólo si le preguntamos y escuchamos, con interés y atención, vamos a conocerle bien. Por ejemplo, a veces queremos sorprender agradablemente a nuestra pareja y le preparamos una velada especial, quizás aquella que desearíamos para nosotros. Y puede ocurrir que ésta, no sólo no reaccione entusiasmada, sino que, además, no valore nuestro trabajo.

  • ¿Verdad que es fantástico lo que te he preparado?
  • Está bien… aunque hubiera preferido…
  • Con todo el trabajo que he tenido preparando esto… ¡Vaya desagradecimiento!

La decepción, incomprensión, sensación de que no nos valoran… Esto se evitaría teniendo bien presente que: Yo soy yo y tú eres tú, diferente a mí. Lo que a mí me gusta puede no gustarte y tienes todo el derecho de no preferirlo. Si yo quiero hacer algo por ti debo conocer qué deseas, qué te place, y prepararte la velada que tú desearías tener, en lugar de la que desearía que tú me prepararas a mí.

Cada persona es un universo en sí misma, un todo completo diferente a los demás. Tiene determinadas cualidades, habilidades y potenciales por desplegar. Tanto lo que tiene como lo que aún no tiene, unido a su potencialidad de ser, forma parte de su diferencia. Esta es la maravilla de la existencia del otro: algo para respetar y reconocer.

Cuando elegimos algo para nuestro hijo (ropa, juguetes, libros, música…) o le damos algún consejo sobre su vida (estudios, trabajo…) es importante tener presente lo que a él le gusta, necesita y desea en lugar de ceñirnos a nuestro propio criterio. De hecho, muchos padres no respetan este principio porque no conocen realmente a sus hijos; no saben qué sueñan, qué sienten o qué piensan. La falta de comunicación o de interés hace que les sea más fácil guiarse por sus propios gustos o preferencias. No obstante, si no respetan este principio, van a empeorar sus relaciones y entrar en disincronía.

Reconocer su diferencia

Toda la familia fue a comer fuera una noche. Pasaron los menús a todos, incluso a María, la hija de ocho años de edad. La conversación se tornó «adulta», de modo que María, allí sentada, era ignorada. Cuando el camarero tomó las peticiones de comida llegó por último donde estaba la niña:

– ¿Qué es lo que deseas? -le preguntó.
-Un perrito caliente y una gaseosa-respondió ella.
-No, ni hablar, -dijo la abuela-. Ella tomará pollo horneado con zanahorias y puré de papas.
-Y leche para beber-añadió el padre.
– ¿Quieres salsa de tomate o mostaza en tu perrito caliente? -le preguntó el camarero antes de retirarse, dejando a los padres y a la abuela estupefactos.
-Salsa de tomate, por favor-respondió María-. Luego se dio media vuelta y dirigiéndose a los adultos de su familia les dijo:

– ¿Saben una cosa? ¡Él sí piensa que yo existo!

Todos tenemos dones especiales

En una ocasión, una maestra de la escuela de Detroit le pidió a Stevie Morris que la ayudara a encontrar un ratoncito que se había escapado de la clase. Stevie Morris era ciego, pero, como para compensar su ceguera, la naturaleza le había dotado de un par de oídos extraordinarios.

Sin embargo, hasta ese momento nadie, salvo la maestra, había prestado la menor atención a este don. Todos habían preferido fijarse y compadecerse de su ceguera.

Esa ocasión fue la primera en la que Stevie sintió que se apreciaba su oído. Ese acto -recordaría años más tarde- fue el hecho que cambió su vida. Desde aquel entonces, desarrolló su don del oído hasta convertirse, bajo el nombre artístico de Stevie Wonder, en uno de los grandes músicos populares de la década de los setenta.

Somos diferentes y, por esto, nos podemos distinguir. Nuestra diferencia es nuestra riqueza y también nuestra dificultad, porque nos mueve a dejar nuestros espacios de seguridad para entrar en la zona incierta del otro, distiendo a nosotros.

Este cuarto principio tiene en cuenta esta diversidad. Si pensamos que todos funcionan de acuerdo con nuestros intereses, gustos y deseos vamos a obrar creyendo que nos van a valorar y agradecer lo que hacemos y, si no es así, nos frustraremos.

Este principio respeta la individualidad del otro y consiste en entender que, si realmente queremos ser generosos, debemos activar nuestra empatía, dejando nuestro cómodo mundo personal y cruzar el puente hacia el mundo de los demás para darnos cuenta de lo que ellos necesitan o anhelan. Entonces, el encuentro y sus resultados pueden ser magníficos.

Pensar en el vecino

El padre del pintor sevillano Javier de Winthuyssen, cuando tenía que pintar la fachad de su casa, que en Andalucía es costumbre pintarla para la primavera, mandaba al pintor a casa del vecino de enfrente a preguntarle de qué color quería que la pintara. Decía el viejecito encantador: “Él es el que ha de verla y disfrutarla; es natural que yo la pinte a s u gusto.”

«De la familia obligada a la familia escogida.» Jaume Soler y M. Mercè Conangla