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5. PRINCIPIO DE LA MORALIDAD NATURAL

No hagas a los demás aquello que no quieres que te hagan a ti.

No hagas a tu pareja aquello que no quieres que te hagan a ti. No le controles, no le invadas, no le grites, no le maltrates, no te quejes constantemente, no hagas juicios de valor, no le juzgues, no le ignores, no le menosprecies, no le infravalores. No lo critiques delante de los demás, no lo utilices, no seas desleal, no te aísles, no le insultes, no le agobies.

Todas estas acciones generan emociones difíciles de gestionar que pueden provocar una situación de caos en la que la convivencia se vuelva imposible. Es una ley universal y antigua que siempre debe aplicarse, por prudencia. Tenerlo presente facilita la convivencia y un entorno de sosiego y equilibrio.

La moral natural. Si bien no es común en la humanidad estar de acuerdo sobre aquello que queremos y deseamos, sí que lo es respecto a lo que no queremos. No queremos sufrir, morir, ser agredidos o menospreciados, ser ignorados o abandonados; no queremos ser engañados, traicionados, heridos… este es el principio que todas las civilizaciones y religiones tienen claro. Es importante recordarlo.

Lo esencial no se ve

El zorro y el Principito están dialogando:

-El secreto es muy sencillo -dijo el zorro-. Sólo vemos bien con el corazón. Lo esencial es invisible a los ojos. Es el tiempo que has invertido en tu rosa lo que la ha hecho importante. los hombres ya hace tiempo que han olvidado esta verdad, pero tú no la olvides. Uno debe hacerse responsable para siempre de lo que ha domesticado. Tú eres responsable de tu rosa.

«Es cierto -pensó el Principito- mi flor es más importante que las demás porque es la que yo he regado, la que he colocado debajo de una campana, la que he protegido del viento. Porque es aquella de la que he matado las orugas, la misma que yo he oído quejarse o envanecerse e, incluso a veces, callar. Puesto que es mi rosa y yo soy responsable de mi rosa… repitió el Principito a fin de acordarse de ello».

Él sí se va a dar cuenta

Un padre llevó un domingo a sus dos hijos de nueve y once años de edad a un parque de atracciones. En la taquilla había un cartel que decía con grandes letras «Entrada general cuatro euros, y dos euros para los niños hasta diez años».

El Padre pagó diez euros, diciendo al empleado:

-Por favor, dos entradas generales y una de niño.

El taquillero miró a los dos niños y dijo sorprendido:

-Pero, señor, los dos son niños.

-El mayor tiene once años -dijo el padre.

-Bueno, claro… -insistió el empleado-, pero usted puede ahorrarse dos euros y nadie se va a dar cuenta.

El padre miró a su hijo, miró fijamente al taquillero y le dijo:

-Es que él sí se va a dar cuenta.

Mentiras arriesgadas

Una niña estaba sentada observando a su madre mientras lavaba los platos en la cocina. De repente, notó que ésta tenía varios cabellos blancos que sobresalían de su cabellera oscura. Miró a su madre y le preguntó inquisitivamente:

-Mamá, ¿por qué tienes algunos cabellos blancos?

-Bueno -contestó ella-, cada vez que tú haces algo malo y me haces llorar o me pones triste, uno de mis cabellos se pone blanco.

La niña se quedó pensativa unos instantes y luego dijo:

-Mamá, entonces, ¿por qué todos los cabellos de la abuelita están blancos?

La madre utiliza la curiosidad de saber y aprender de su hija para hacerle chantaje emocional, haciéndose la víctima y faltando a la verdad. Ha dejado perder una ocasión para relacionarse de forma honesta con su hija, para fomentar la complicidad y aprender juntas algo que ninguna sabe. El engaño es captado y el respeto cae. Y, además, le rebota en contra la mentira que ha lanzado.

La compasión necesaria

“Todo el mundo fuera de mí no sólo me concierne, sino que me constituye”. Jordi Llimona

A través de la compasión sentimos, con el otro, algo que ya hemos experimentado nosotros, puesto que, de no ser así, no podríamos reconocer su sentir. Nadie entiende la tristeza si no la ha sentido, nadie capta el sufrimiento si no lo ha sentido, nadie es sensible al otro si no es sensible a sí mismo. Para que podamos aplicar este quinto principio de las relaciones ecológicas es necesario tener conocimiento de nosotros mismos y estar conectados a nuestro cuerpo, a nuestras emociones y a nuestros pensamientos.

Hace mucho tiempo un viejo rabino pidió a sus alumnos cómo se podía saber en qué momento se acaba la noche y empieza la madrugada.

-¿Es cuando se puede distinguir sin dificultad, de lejos, un perro y un carnero?
-No -dijo el rabino.
-¿Es cuando podemos distinguir una palmera de una higuera?
-No, no -dijo el rabino.
-Entonces, ¿Cuándo es?
Y el rabino respondió:

– Es cuando mirando el rostro de cualquier hombre o mujer reconoces a tu hermano o hermana. Hasta entonces aún es de noche dentro de tu corazón.

Ningún niño que haya aprendido la gran cantidad de tiempo y energía necesaria para que una semilla se convierta en un árbol -porque la ha sembrado y regado cada día y ha protegido la planta pequeña del viento y las agresiones- va a ser capaz más delante de romper y destruir un árbol para divertirse. La comprensión, producto de lo que se ha experimentado, sentido y vivido es la línea de fuerza de la sabiduría necesaria para vivir un vida más humana y creativa. Es un crecimiento personal que nos va a permitir pasar del “yo” al “otro” con una buena base para relacionarnos construida con empatía y amor.

“La dignidad es lo que queda cuando ya no queda nada más”. Javier Cuervo

Edgar Morin nos habla de la autoética que consiste en evitar la bajeza de ceder a las pulsiones vengativas y malvadas. ¿O es que acaso nos merecemos recibir insultos, menosprecios o agresiones? ¿Ser ignorados, abandonados o descuidados? Si nuestra respuesta es NO, se trata de que no actuemos así con nuestra familia.

La autoética es una ética de comprensión basada en los valores morales universales que podemos hallar en todas las culturas y en todas las épocas. Esta es la moralidad natural que todas las culturas, civilizaciones y religiones reivindican. Es un principio imprescindible para mantener el respeto por nosotros mismos, nuestra dignidad personal y poder convivir en armonía. Sólo aplicando este principio sobreviviremos como especie y podremos crecer juntos.

La ecología emocional propone este decálogo de autoética aplicable a nuestras relaciones, en general, y a nuestra familia en particular:

  1. No matarás. No atentarás contra la vida ni las posibilidades de ser de las personas con las que convives. No mutilarás sus ilusiones, sus sueños, sus ganas de aprender ni su creatividad.
  2. No faltarás al respeto a lo que son ni a lo que pueden llegar a ser. No les maltratarás, no les insultarás ni les hablarás a gritos.
  3. No juzgarás. No les podrás etiquetas fáciles que dejen fuera el resto de su persona. No les pondrás constantemente en la balanza injusta de la comparación.
  4. No les forzarás ni coaccionarás para obtener lo que deseas o esperas de ellos. No les harás chantaje emocional ni los manipularás.
  5. No te dejarás llevar por tus impulsos vengativos o malvados. No permitirás que tus emociones sean las que dirijan tu conducta.
  6. No contaminarás emocionalmente. No te expresarás desde la queja, el victimismo, la agresividad o el malhumor. No lanzarás rumores.
  7. No invadirás la intimidad del otro. No controlarás ni intentarás dirigir su vida o vivirla en su lugar. No les ahogarás a demandas. No robarás su libertad ni su paz.
  8. No descuidarás el crecimiento de aquello que has ayudado a nacer.
  9. No impondrás tus creencias, tus puntos de vista o valores de vida a los demás.
  10. No mentirás, no serás deshonesto.

«De la familia obligada a la familia escogida.» Jaume Soler y M. Mercè Conangla