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7. PRINCIPIO DE LIMPIEZA EMOCIONAL

Tienes el deber de acabar con las relaciones ficticias, insanas y que bloquean o impiden tu desarrollo como persona

Una de las pocas garantías que tenemos es que tendremos que vivir el resto de nuestra vida con nosotros mimos. Por este motivo es importante que aprendamos a cuidarnos, aceptarnos, respetarnos y amarnos. La ecología emocional nos lanza el reto deresponsabilizarnos de nuestra vida y gestionarla bien. Y para conseguirlo debemos proporcionarnos los espacios de relación adecuados para evolucionar y mejorar como personas.

A partir de determinado momento, ya no vale quejarnos de la familia que hemos tenido ni de nuestros padres para justificar una vida vacía de amor o llena de relaciones de baja calidad. Tampoco vale quejarnos de nuestra relación de pareja o hundirnos con ella. Si bien no hemos escogido a nuestros padres, sí que somo responsables de nuestra elección de pareja y de la decisión de continuar o no con ella.

Así, si llega un momento en que somos conscientes de que ésta se basa en la dependencia y nos encierra y repliega, en lugar de facilitar nuestro avance; nos provoca mucho sufrimiento y disminuye nuestra autoestima; reduce nuestro mundo y nuestras posibilidades de ser y relacionarnos… tenemos el deber de “hacer limpieza” y finalizar la relación. Sólo así podremos continuar sintiendo respeto por nosotros mismos y conservar nuestra dignidad. Somos responsables de proporcionarnos entornos de relación adaptativos y ecológicos.

La pareja ideal

Nasrudin conversaba con un amigo.

—Entonces, ¿nunca pensaste en casarte?

—Sí, pensé —respondió Nasrudin—. En mi juventud resolví buscar a la mujer perfecta. Crucé el desierto, llegué a Damasco y conocí a una mujer muy espiritual y linda; pero ella no sabía nada de las cosas de este mundo.

Continué viajando y fui a Isfahan; allí encontré a una mujer que conocía el reino de la materia y el del espíritu, pero no era bonita. Entonces resolví ir hasta El Cairo, donde cené en la casa de una moza bonita, religiosa y conocedora de la realidad material.

—¿Y por qué no te casaste con ella?

—¡Ah, compañero mío! Lamentablemente ella también quería un hombre perfecto.

¿Cuál es la finalidad de relacionarse? Comunicarse, intercambiar ideas, experiencias, emociones, conocimientos, dar y recibir afecto, recibir la mirada del otros para tomar conciencia de quién somos, de cómo mejorar y crecer mejor… La finalidad no debería ser la soledad en compañía, el menosprecio, la ausencia, el abandono, la agresión, la coacción, el maltrato, en ningún caso y por parte de ninguna persona y mucho menos de alguien que, con la bandera de la familia o del amor, nos hace sufrir y no nos deja crecer de la forma que nos es propia.

Este principio nos empuja a aprender a protegernos de las relaciones que nos perjudican, que son ficticias o que impiden que nos mostremos en coherencia y honestidad. Es preciso hacer limpieza y alejarnos de los entornos contaminadores emocionales, tóxicos o agresivos. Y debemos enseñar también a nuestros hijos a hacerlo.

Busca en ti mismo

“Los conflictos externos (entre las personas) casi siempre son producto de los conflictos internos (dentro de las personas).” Máxima budista

Si tenemos, habitualmente, problemas en todas nuestras relaciones personales y en diferentes ámbitos -casa, familia, amigos, vecinos…- la primera pregunta que debemos hacernos es: ¿qué estoy haciendo o dejando de hacer para que esto sea así?

Buscar en nuestro interior y detectar nuestros propios conflictos es una línea de trabajo emocionalmente ecológica puesto que va a suponer un ahorro de energía. Cuando no nos gusta lo que recibimos es importante prestar atención a lo que emitimos.

No obstante, a veces somo capaces de mantener relaciones de calidad con diversas personas y, en cambio, tener graves dificultades para ser nosotros mismos al relacionarnos con otras. ¿De quién es el problema? A veces nuestro, pero no siempre. Es preciso entender que hay entornos que no favorecen nuestro crecimiento y relaciones emocionalmente agresivas para nosotros. Cuando notamos que estos encuentros nos provocan, de forma habitual, sentimientos como: tristeza, frustración, injusticia, miedo, ira, desánimo, baja autoestima, rencor, aversión… es necesario cambiar el entorno, dejar estas relaciones dañinas y buscar otras más sanas.

El mensaje a dar a nuestros hijos, cuando tienen dificultades para relacionarse, es que analicen, en primer lugar, su propia conducta para ver si hallan puntos de mejora. Pero, una vez actuado en consecuencia, si continúan recibiendo agresiones y malos tratos de los demás, es importante que aprendan a protegerse separándose de estas personas que los utilizan, no les respetan y les hacen daño. El mundo es muy grande y es importante que elijan a personas que los sepan amar y les ayuden a crecer en lugar de a hundirse.

Enderezar la situación

“Cuando nuestra vida emocional está amenazada, el hecho de trazar una línea de contención es no sólo aceptable sino también perceptivo.” Clarissa Pinkola Estés

Si para continuar manteniendo determinadas relaciones (parejas, hijos, amigos…) dejamos de ser nosotros mismos, vivimos con una máscara que esconde nuestro pensar y nuestro sentir, y dejamos de lado nuestros sueños e ilusiones… es urgente actuar.

Para enderezar la situación debemos tomarnos en serio y tener bien presente que, para proteger a nuestros hijos, es necesario que aprendamos a protegernos a nosotros mismos. Somos los responsables de proporcionarnos y proporcionarles un contexto adecuado para crecer y ser sin humillaciones, desprecios y agresiones donde no haga falta ignorar o esconder lo que cada uno de nosotros es y quiere llegar a ser.

Cuando la situación se ha torcido, podemos enderezarla haciendo limpieza de las relaciones que nos perjudican. Aguantarlo todo de otro -por más familia biológica que sea, por más amigo que diga ser, por más jefe o poder que tenga- sólo acabará empeorando el problema y deteriorando nuestra autoestima. Para enderezar estas situaciones deberemos ser valientes y cortar con ellas de forma rápida y definitiva.

Tienes el deber de acabar con las relaciones familiares ficticias, insanas y que bloquean o impiden tu desarrollo como persona.

«Ahora tu vida es parte de la mía. Yo ya soy la suma de mi experiencia, de la tuya y de todas las personas que se han cruzado en mi camino.» Lisa Morrison.

Nos contagiamos los unos de los otros: nuestras ideas, nuestras emociones, nuestras visiones de vida y nuestros actos son, en parte, fruto nuestro y, en parte, de la herencia recibida de las personas que nos han influido. El acompañamiento es muy importante en la vida. Una persona estupenda que elige mal sus relaciones puede acabar sintiéndose muy desgraciada.

Este principio es duro de aplicar, pero al mismo tiempo imprescindible. Es prioritario alejarnos de los entornos familiares contaminadores si queremos preservarnos de la destrucción. ¿Hay familias que pueden ser así de perjudiciales? La respuesta es tajante; sí, las hay cada día, desafortunadamente, tenemos pruebas de ello: malos tratos, conductas violentas, abandonos… y esto sólo es la punta de iceberg, aquello de lo que se hacen eco los medios de comunicación. La parte más enorme del iceberg -unas ocho o nueve veces más grande- está hundida en el mar del silencio y del sufrimiento individual. Así ocurre en nuestra sociedad. ¿Cuántas personas dejan de ser, de crecer, de tener ilusiones, de intentarlo, de arriesgarse, de sentir, de pensar, de amarse y de crear, porque están ya tan contaminadas por su entorno familiar que están convencidas de que no serán capaces, que no podrán nunca, que no tienen derecho, que son malas e indignas de ser amadas?

Destruidas y hundidas, muchas se limitan a sobrevivir y a “llevar su cruz” particular, convencidas de que la vida es así y de que su situación no tiene remedio. Y, no obstante, lo tiene. Queremos decirlo alto y claro: es preciso alejarse de las relaciones coartadoras, contaminantes o abusivas, por más familia que sean.

¿Conformismo o valentía?

“Os quise tanto, tanto…

Que me cansó el esfuerzo.”

El equipaje siempre preparado. Nada inspira más admiración que una persona dispuesta a darse una nueva oportunidad. Sabemos que quien no hace nada ante una situación que le perjudica acaba sintiéndose culpable de todo. El miedo no es una excusa válida para dejar de hacer lo que uno siente y sabe que debe hacer. Tenemos miedos porque estamos vivos. Ser valiente no significa no tener miedo, sino hacer lo que es preciso hacer aun sintiendo miedo.

A veces nos conformamos con relaciones familiares que nos satisfacen pensando que, como es lo que nos ha tocado en suerte, es preciso aguantar. No es así, de ningún modo. Si ampliamos nuestra mirada nos daremos cuenta de que, aunque hay muchas maneras de vivir y de relacionarse, no todas ellas son humanamente válidas ni éticamente aceptables.

Decir familia no es decir nada si no concretamos de qué familia hablamos, qué tipo de personas la forman y con qué dinámicas de relación y valores funcionan. Debemos darnos la oportunidad de crear nuestra propia familia elegida, amorosa, generosa y respetuosa. Un lugar donde sea posible crecer y ser con dignidad.

«De la familia obligada a la familia escogida.» Jaume Soler y M. Mercè Conangla