VIOLENCIA Y MEDIACIÓN
¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia?
Marinés Suares
Una de las palabras más utilizadas en estos momentos es la palabra violencia, tanto en el periodismo, como en la vida cotidiana y aun en espacios académicos.
Los mediadores podemos realizarnos varias preguntas:
¿Por qué algunas legislaciones establecen que no se puede realizar mediaciones cuando existe “violencia”? Incluso, ¿por qué si se ha efectuado una denuncia de violencia es imposible mediar, más allá de que sea que puede ser falsa o no corresponder con lo que realmente ocurrió?
¿A qué se debe que algunos prestigiosos académicos y prácticos de la mediación nos hablen de lo nefasto que puede llegar a ser mediar cuando ha existido violencia entre los integrantes del sistema?
¿A qué se debe que otros no menos prestigiosos académicos y prácticos de la mediación nos indiquen que el mejor contexto para trabajar los casos en los que ha existido violencia es la mediación?
¿Qué aspectos de los procesos de mediación favorecerían la transformación de estas relaciones violentas?
Violencia o violencias
Pero… ¿qué es violencia? ¿qué significado le atribuimos a esta palabra? ¿existe “la” violencia?, ¿hay “algo” que sea lo central, nuclear, fundamental y/o esencial en violencia? o ¿existen diferentes “violencias”? ¿Es lo mismo la violencia laboral, escolar, familiar, en la vía pública, de género, etcétera?
Las respuestas a estas preguntas son contradictorias. Desde una perspectiva considero que existen algunos elementos característicos, centrales que permiten calificar a una “interacción” como “violenta”.
Desde otra perspectiva, quizá contradiciendo lo anterior, hay características propias, especiales, que dan lugar a identificar diferentes tipos de interacciones y de relaciones que podríamos calificar como violentas.
Como una primera reflexión, diría que estamos utilizando el mismo vocablo para referirnos a la clase (lo común a todos) y a los miembros de la clase, y esto genera confusiones.
Interacciones y relaciones violentas
Estoy hablando de “interacciones violentas”, o sea no refiero “violencia” como algo en sí, como una cosa, sino como un tipo especial de interacción. La palabra “violentas” es un calificativo del sustantivo “interacción”, y como veremos también puede ser el calificativo de relación. Si somos precisos con la terminología no deberíamos hablar de violencia sino siempre de interacciones violentas, sin embargo, si tenemos en cuenta la terminología más utilizada en este campo, creo que podemos seguir utilizando el término violencia, pero siempre y cuando tengamos en cuenta que es el nombre de una interacción que involucra por lo menos a dos personas y a las acciones y retroacciones que se dan entre ellas.
Los seres humanos, como seres vivos, nacemos, nos desarrollamos y morimos. Nuestro objetivo es la evolución desde el huevo fecundado al ser humano física, psíquica y espiritualmente maduro, al fin de su existencia con la muerte. Esta evolución la generamos con otros seres humanos a los que ayudamos y nos ayudan a transitarla. Somos seres sociales que hemos generado las culturas y las sociedades que recursivamente nos generan para que generemos nuevas culturas y sociedades, que generen… y así continuamos.
Nuestro fin es transitar esta evolución, o mejor dicho los infinitos modos de desarrollo y/o evolución específicos para cada uno de nosotros. Todo aquello que obstaculice esta evolución recursiva es un maltrato, o sea que podríamos hablar de interacciones de maltrato físico, psíquico, y espiritual.
Cualquier maltrato puede ser considerado interacción violenta? Considero que no, hay obstaculizaciones que son maltratos pero que no las consideraría como interacciones violentas. Las interacciones violentas son un tipo especial de interacciones de maltrato, en las que se trasluce la intención de generar sometimiento de uno sobre el otro. En estas interacciones de poder se generan o se intentan generar los roles de sometedor-sometido, y se obstruye la evolución del sometido de acuerdo a su nivel de maduración.
El sometimiento implica la generación de dificultades en el sometido para el ejercicio de su protagonismo. Entendemos por protagonismo la capacidad para tomar decisiones y hacerse responsable por los efectos y las consecuencias de las decisiones tomadas, conforme al nivel de maduración.
Es necesario diferenciar entre interacciones violentas y relaciones violentas. Por interacciones entendemos la acción de un ser vivo y la retroacción de otro ser vivo a la acción del primero. Puede haber una única interacción. Es la conexión que se da entre dos seres vivos, y dependerá de la calidad de los individuos, y del tipo de conexión que se genere entre ellos. Hay conexiones débiles, insignificantes y/o intrascendentes, que se disuelven una vez terminada, por ejemplo, las que se dan con nuestro compañero de asiento en un vuelo. Hay otras conexiones que pueden ser únicas pero que dejan profunda huella en alguno de los dos individuos, por ejemplo, entre un cirujano y su paciente, o entre un asaltante y su víctima. Hay conexiones repetitivas, que, si tienen una alta frecuencia y una determinada calidad, buena o mala, generan relaciones. La relación es el producto de interacciones.
O sea las relaciones son producidas a partir de las interacciones, y una vez que existen estas relaciones suelen favorecer la producción de determinados tipos de interacciones, que se transforman en repetitivas. Son la “coreografía” con la que danza ese grupo. Sus pasos son repetidos y predecibles. Adquieren por su carácter repetitivo el nombre de “pautas”. Pero también estas relaciones obstruyen la aparición de otros tipos de interacciones y se hacen refractarias a la transformación.
Además, debemos tener en cuenta que hay relaciones muy profundas en las cuales uno o los dos integrantes quedan conectados desafiando los límites del espacio y del tiempo, aun más allá de la muerte, con su psiquis, o con su espíritu, de acuerdo a las creencias de cada uno. ¿Quién no ha sentido a partir de una conversación telefónica o por Skype el dolor o la alegría de un ser querido? Las llamadas “experiencias cumbres” dan cuenta de conexiones, aun sin tecnología de por medio, que une a personas separadas por el espacio.
O la madre que sufre el dolor de su hijo enfermo como si lo sufriera en su propio cuerpo, como que el cuerpo del hijo y de la madre volviesen a estar unidos por un cordón, ahora invisible, pero no menos real. Seguimos pensando que terminamos en nuestro propio cuerpo, que la piel nos separa de todo lo demás, y sin embargo vivimos en un permanente “wifi” más un “bluetooth” con muchos otros.
Dos elementos fundamentales de las relaciones: repetición de pautas (coreografía) y calidad de la conexión creada (traspaso del flujo de información).
Esta diferencia entre interacciones y relaciones es, desde mi punto de vista, fundamental para diferenciar entre lo que se ha dado en llamar violencia episódica (o casos con violencia) y violencia crónica (o casos de violencia, o violencia estructural).
Si vamos construyendo una definición podríamos decir: hay interacciones violentas cuando existe un maltrato que obstruye la evolución de un ser humano, en cualquiera de sus dimensiones o áreas (física, psíquica y espiritual), generando o intentando generar una relación de sometimiento de uno de ellos hacia el otro.
Si este tipo de interacciones se repiten se puede llegar a generar una relación violenta en la cual se facilita la emergencia de determinado tipo de interacciones y se obstruyen otras.
Al decir sometimiento me estoy refiriendo a una relación complementaria de poder en la cual una de las partes no puede abandonar este posicionamiento inferior, ya sea por las propias características personales del afectado, por lo impactante de la acción recibida, o por el contexto (histórico o espacial) en el que se encuentra. El sometido, sea por lo que fuere, encuentra mucha dificultad para salir de ese rol, y al mantenerse en él, sólo incrementa la potencia de las acciones del sometedor que también se enquista en su rol y no puede (o no quiere) abandonarlo. Se crea una relación insatisfactoria estable.
En los casos de relaciones simétricas la lucha de ambos está centrada en someter al otro. Este sometimiento nunca se logra, salvo brevísimos períodos de tiempo, que estimulan la escalada del sometido para transformarse nuevamente en sometedor, en una espiral sin fin. En ambos tipos de relaciones (complementarias y simétricas) el objetivo es el sometimiento del otro, en uno de los casos logrado; en el otro, siempre buscado.
Acciones y omisiones (negligencia)
Acostumbramos a hablar de interacciones violentas cuando se ejerce una presión o fuerza de algún tipo que produce una obstrucción de la evolución. Sin embargo, la omisión de acciones puede ser tan o más dañina que el ejercicio de una acción, me estoy refiriendo a la negligencia, entendida como no hacer o no tomar los recaudos suficientes para que no surja una obstrucción a la evolución.
Áreas
Desde esta perspectiva podríamos hablar de interacciones y relaciones violentas, preferentemente físicas o psíquicas o espirituales, dependiendo del área en la que se ejerce el maltrato, que obstruye la evolución, ya sea por acciones realmente ejercidas o por su ausencia.
En la gran mayoría de los casos estas áreas teóricamente diferenciadas no lo son en la experiencia de las personas, y un maltrato físico causa también efectos y consecuencias en lo psíquico, y viceversa. Somos totalidades con elementos y conexiones entre los elementos que forman el todo que somos, y lo que sucede en un subsistema afecta a todo el sistema en mayor o en menor medida.
Las más renombradas son las interacciones y relaciones violentas físicas, tan graves que pueden ocasionar la muerte, y por lo tanto la obstrucción definitiva de la evolución del sometido.
Las más comunes son las acciones o su ausencia (negligencia) que impiden el desarrollo psíquico integral de las personas. Según diversas investigaciones se estima que en las dos terceras partes de los casos diagnosticados como casos llamados “de violencia física” o “violencia crónica física” existen relaciones violentas en el área psicológica, o sea maltrato psicológico con sometimiento de una de las partes. Esta confusión implica no discriminar entre el área en la cual se lleva a cabo la interacción y el área en la cual esta interacción tiene efecto. Un “sopapo” es una interacción física ejercida por A sobre B; sin embargo, el efecto en B puede ser mucho más significativo a nivel del desarrollo psíquico que el dolor físico. El abuso sexual es indiscutiblemente un tipo especial de interacción violenta ejercida en una subárea física, especialmente en la genital; sin embargo, los efectos psicológicos son, en la mayoría de los casos, más dañinos que los físicos.
Un error común es confundir la llamada “violencia psicológica” con “violencia verbal”. Hay modos de comunicación que en determinados contextos son los habituales y sin embargo en otros contextos serían considerados violentos.
Vuelvo a insistir en las relaciones violentas existen acciones u omisiones de maltrato intencional y que impacta en el otro produciendo o intentando producir el sometimiento de una de las partes en relación con el otro, y este impacto se vive como un obstáculo que impide el desarrollo en algunas de las áreas o en todas ellas.
Ámbitos
También es conveniente identificar el ámbito en el cual se producen este tipo de interacciones y relaciones violentas. Desde mi perspectiva, cuanto más primario es el ámbito, cuanto más imprescindible para la supervivencia es, cuanto más significativos son los sometedores para los sometidos, cuanta mayor sea la imposibilidad de abandonar el campo, cuanto mayor sea la imposición de “secreto” mayores pueden ser los daños. Estas son las características que llevaron a conceptualizar, en el año 1956, la “Teoría del Doble Vínculo”, considerada como el nacimiento de la terapia familiar.
Por esto las relaciones violentas en el ámbito familiar son indiscutiblemente las más dañinas, porque los maltratadores son aquellas personas de las cuales se esperaría que fueran los cuidadores, es decir, quienes deberían ayudar a sortear los obstáculos que la vida presenta para llegar al desarrollo pleno de las potencialidades de cada uno, aquellos que deberían hacernos fácil la vida e incluso acompañarnos en los momentos difíciles de la enfermedad y la muerte, como les ocurre a los viejos y nos ocurrirá a todos. En estos casos, aquellos que deberían acompañar no sólo no acompañan sino que, por el contrario, dificultan el camino. Obviamente el impacto debe ser enloquecedor.
Diferentes nombres han recibido las relaciones violentas en el núcleo familiar: “violencia familiar”, “violencia intrafamiliar”, “violencia doméstica”, “violencia de género”, etcétera.
Dentro de este mismo ámbito familiar se podrá diferenciar las relaciones violentas entre: los miembros de la pareja, tanto en el subsistema parental como en el conyugal, de padres a hijos, de hijos a padres, de adultos a viejos, de nietos a abuelos, entre hermanos, etcétera. No menos importantes son las relaciones entre los ex-cónyuges en cuanto tales (o sea, no sólo en cuanto padres). Los subsistemas dentro de los cuales se generan las interacciones violentas es lo que ha llevado a hablar de “violencia en la pareja”, “violencia con los viejos”, “violencia fraternal” etcétera, como subtipos de la llamada “violencia familiar”.
Otro ámbito muy significativo es la “escuela”, que cada día adquiere una mayor importancia. Es un lugar privilegiado para el desarrollo de los chicos, tanto por la calidad y significación de las relaciones que allí se crean, como por la cantidad de horas que pasan los niños allí.
Si tenemos en cuenta la calificación de las relaciones realizada por Bateson hace casi 80 años, en cuanto a las ya citadas relaciones complementarias y simétricas, es tanto en el ámbito de la familia como en la escuela en donde los niños observan, aprenden y viven relaciones simétricas y complementarias: de los docentes entre sí y de los alumnos entre sí, de docentes y alumnos, de alumnos mayores con alumnos menores, etcétera.
La escuela es el segundo laboratorio de todo tipo de relaciones, también las de poder y de sometimiento. Las relaciones violentas en la escuela son denominadas bullying.
Si la escuela es un ámbito privilegiado para los niños, el trabajo lo es para los adultos. Las relaciones violentas en este campo han sido denominadas mobbing.
Voluntad de transformación
Es cierta, y no debe obviarse, la tendencia en todo tipo de relaciones a mantenerse repetitivamente idénticas, a no transformarse, es decir, la tendencia al no-cambio. Las relaciones violentas no son una excepción, sino que por el contrario es muy fuerte la tendencia a la repetición y aun más, la perspectiva de cambio puede llevar a aumentar los maltratos.
Pero no menos cierto es que existe la tendencia contraria, o sea al cambio, a la generación de relaciones satisfactorias. Las personas se encuentran entrampadas en relaciones insatisfactorias, pero nadie las elige sino que se “cae” en ellas y no se sabe cómo “salir”. Por esto es importante evaluar cuán comprometidos están con la voluntad de producir modificaciones o si es posible que este compromiso llegue a gestarse.
Considero que si no hay voluntad de transformación difícilmente se pueda operar pacíficamente un cambio. Retomando las preguntas iniciales.
¿De qué hablamos cuando hablamos de violencia?
Creo que hablamos de muchas cosas a la vez. Nos referimos a la clase violencia y al mismo tiempo a los diferentes miembros de esa clase, y los enfocamos desde diferentes perspectivas, lo cual da lugar a una diversidad (violencia crónica, violencia psicológica, violencia doméstica, parental, mobbing, bullying, etcétera).
Creo que para poder comprendernos tendríamos que especificar:
1. si nos referimos a interacciones o relaciones violentas,
2. en qué áreas del ser humano se ejerce el maltrato,
3. en qué áreas del ser humano impacta el maltrato,
4. si son interacciones activas u omisiones,
5. en qué ámbitos se desarrolla,
6. qué subsistemas y/o personas están involucrados,
7. y por último y no menos importante, cuán significativa es la voluntad de transformación de los protagonistas de la interacción y/o la relación violenta
¿Qué significa que no se puede mediar cuando existe violencia?
Creo que es demasiado inespecífico este enunciado.
Los mediadores en todos los casos (no sólo en los familiares) deberíamos realizar un mapeo que involucre, por lo menos, los siete ítems más arriba indicados, ya que como hemos señalado las relaciones violentas no son exclusivas de los sistemas familiares.
En función de estos y otros indicadores, la comunidad de mediadores deberíamos establecer a partir de investigaciones, en qué casos es recomendable realizar las mediaciones, en cuáles es posible mediar con determinadas precauciones (que deberían especificarse), y en cuáles no es conveniente o, más aun, estaría contraindicado.
¿Qué aspectos de los procesos de mediación favorecerían la transformación de estas relaciones violentas?
Los contextos no sólo rodean a los “textos” sino que influyen decididamente en ellos. El contexto de mediación se caracteriza por ser voluntario; imparcial; pacífico; favorece la comunicación entre las partes posibilitando la comprensión (cognitiva y emocional) del otro; estimula la reflexión y facilita la asunción de protagonismo (toma de decisiones y responsabilidad por las decisiones tomadas); genera relaciones simétricas por la propia estructura del proceso, específicamente por la regla de “voz y vez” y está centrado en la transformación.
De lo único que están seguros los mediadores es que como han estado las partes conduciendo el conflicto no les sirve, porque si les hubiera servido no estarían en una mediación, por lo tanto, por definición la mediación es un contexto transformativo, en tanto que la imposibilidad de cambio, de transformación, es una de las características más fuertes de las relaciones violentas que lleva, a quienes son parte de ellas, a una vida insatisfactoria estable.
Entrar en un contexto pacífico, simétrico, equilibrado, imparcial y transformador influye en las interacciones entre los protagonistas y, si se mantienen estas interacciones, pueden producir un cambio significativo en las relaciones.
Considero que estas características son las que llevan a algunos autores a establecer la mediación como el contexto adecuado para producir transformaciones en sistemas atravesados por relaciones violentas.
Esta es una hipótesis que debería ser verificada o refutada a partir de investigaciones realizadas en contextos de mediación.
BIBLIOGRAFÍA
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