Lierni Irizar “Banalizaciones contemporáneas»
¡Qué extraña escena describes –dijo- y qué extraños prisioneros!
Igual que nosotros –dije-, porque, en primer lugar,
¿crees que los que están así han visto otra cosa de sí mismos o
de sus compañeros sino las sombras proyectadas por
el fuego sobre la parte de la caverna que está frente a ellos?
Platón
Vivimos en una época que banaliza aspectos cruciales del humano. La constatación cotidiana de este hecho me impulsó a escribir y publicar Banalizaciones contemporáneas: lenguaje, sufrimiento, enfermedad y muerte1.
Ha sido un modo de respuesta a la llamada que E. Laurent2 realizó para encontrar un modo de dirigirse al amo y a la humanidad sufriente. Siento que esto me concierne ya que hay por un lado en mis escritos una vocación de conversación con otros saberes y, por otro lado, una preocupación por ese sufrimiento que escucho cada día y que a pesar de ser evidente se ha vuelto invisible.
Parto de la hipótesis siguiente: ya no somos capaces de reconocer en los otros, ni su humanidad, ni su sufrimiento, ni su fragilidad, y eso, nos paraliza. No podemos reaccionar ante el dolor ajeno porque no lo percibimos. Las interpretaciones actuales lo reducen a parámetros biológicos o comportamentales, trastornos o conductas patológicas. El rechazo a aquellos que tienen dificultades para encajar en la norma está garantizado.
Por mi trayectoria personal y profesional he transitado diversos campos, social, sanitario, educativo y he podido constatar la desorientación que a menudo los habita. A partir de esta realidad, surge mi interés por transmitir lo que el psicoanálisis puede aportar ya que, a diferencia de los discursos mayoritarios en la actualidad, es, además una brújula que permite no perder de vista los aspectos fundamentales de la vida humana, un discurso que como afirma Miller3 excluye la dominación ya que no organiza un mundo. Se aparta de lo universal y por tanto no tiene la fórmula de la buena vida para todos. Es del orden de lo singular y eso, en nuestra época, es algo revolucionario.
A fin de reflexionar sobre las banalizaciones contemporáneas, he tomado como hilo conductor el concepto de la banalidad del mal de H. Arendt. De su definición extraigo las siguientes características reconocibles en la actualidad en todos los ámbitos humanos: superficialidad, incapacidad para pensar, burocratización, rutinas y protocolos que eliminan el acto individual, protección contra las palabras y los otros, renuncia a la responsabilidad personal. Partiendo de estas características he tratado de ampliar este concepto a otros campos.
Si podemos destacar algunos aspectos fundamentales de mi reflexión, señalaría la necesidad de pensar sobre el pensar ya que asistimos en la actualidad al deseo de no pensar, de no saber. Al deseo de permanecer en el interior de la caverna, fascinados por las sombras que el mercado y la tecnociencia proyectan ante nuestros ojos, cegados por una doxa que lo impregna todo. Así como los prisioneros de los que nos habla Platón sólo pueden ver el reflejo de los objetos proyectados en el interior de la caverna y no a quienes los portan, también nosotros nos volvemos incapaces de ver lo más humano. Ciegos a nuestra propia realidad, nuestro cuerpo y a la presencia de los otros.
En este contexto, la palabra ha perdido su valor, se banaliza. En un mundo que sin atender al aviso de Platón (que en el Fedón nos prevenía: “No vayamos a hacernos misólogos –dijo él– como los que se hacen misántropos”) se ha vuelto ‘misólogo’, asistimos al rechazo del lenguaje humano, demasiado cargado de afecto, demasiado equívoco, insoportablemente traumático.
En la época en la que el neoliberalismo busca la creación de dispositivos encaminados a la deshistorización y desimbolización de la vida humana, en la que el papel radical del lenguaje es minimizado por los discursos contemporáneos, las palabras de Nietzsche, ‘el desierto crece’ parecen escritas para nosotros. El desierto no está despoblado, pero es inhóspito y limita mucho las condiciones de vida. Evoca el silencio mortífero. Si la palabra calla, lo que aparece es el rostro de la muerte, el silencio de la pulsión, el final de la conversación. P. Quignard4 afirma: “Para los hombres ¿qué es un muerto? El hombre que ya no toma parte en el diálogo. La boca que no responde ya al lenguaje”.
Es el destino de la cosificación humana. Tal y como Adorno planteó, quien desconoce su historia, quien ignora el camino que le ha llevado a ser lo que es, se convierte en cosa, petrificada, detenida, fría. Es el humano convertido él mismo en mercancía, un objeto más del mercado.
Por eso es fundamental mantener espacios de resistencia en los que el sufrimiento pueda decirse, donde la palabra tenga un lugar.
Y ahí el psicoanálisis, que algunos hoy consideran obsoleto, superado, reaccionario, es en realidad un discurso que hace existir el valor de la palabra. Como afirmaba Adorno, lo que la sociedad relega al último rincón por anticuado es a menudo un momento de libertad desde el cual es posible la crítica.
En este camino, constato también la importancia de dar voz a quienes sufren y escuchar lo que los testimonios enseñan. Es algo fundamental para pensar el sufrimiento y la enfermedad en la actualidad. Si consideramos que la enfermedad es algo abordable desde parámetros exclusivamente biológicos y cuantitativos nos volvemos ignorantes respecto a la profundidad y riqueza de las vivencias humanas, sentidas y dichas.
Es fundamental dar un lugar al sufrimiento, no como un modo de resignación, sino como reconocimiento de la condición faltante del humano. Condición que lo hace deseante y por ello, capaz de resistir y no sucumbir del todo al sueño del progreso y la voluntad mortífera de goce que porta.
Considero que el sufrimiento, la enfermedad y la muerte son hoy tres nombres de lo insoportable. Sobre todo, la muerte. La vejez y la muerte son rechazadas de forma radical. Los signos de este rechazo los encontramos cada día en todas partes ya que ambas cuestiones, vejez y muerte, presentifican de modo brutal la castración humana, algo complicado de soportar. El modo de abordar estas cuestiones es realmente complicado pero un literato, un escritor5, nos da una posible pista sobre su abordaje, sobre el modo de hacer con lo real imposible e impensable. J. Améry nos dice: “Asume la anulación, sabiendo que al asumirla sólo se puede conservar a sí mismo rebelándose en su contra, pero sabiendo también que (…) su revuelta está condenada al fracaso”.
De este modo, nos anima a pensar lo impensable, lo que hoy nadie quiere tener presente. Entre esas cuestiones, encontramos de nuevo el mal, esta vez en absoluto banal, que habita lo humano.
En el trabajo de lectura y revisión de diversas propuestas sobre la muerte, encontré en el ya clásico libro de P. Ariès, El hombre ante la muerte, su hipótesis de que la muerte se ha convertido hoy en algo a ocultar, algo que produce vergüenza, a consecuencia de la retirada definitiva del mal al que estaba asociada en épocas anteriores.
El desarrollo de la sociedad de vigilancia y control supuso la idea de que una adecuada organización de la vida llevaría a la felicidad y al buen funcionamiento individual y colectivo. Se consideró que si algo funcionaba mal era el resultado de un error de la sociedad, un fallo en la organización. Por tanto, dado que, si se hacen las cosas bien, todo funcionará bien, la enfermedad y la muerte se convierten en un obstáculo importante ya que nos recuerdan de modo pertinaz que no todo depende de la voluntad y organización humana.
El desarrollo científico y médico pareció confirmar que el mal ya no era algo que acompañaba al ser humano. Si existía era en espacios marginales considerados desviaciones como las guerras, los crímenes, la disconformidad, etc. Fenómenos que serían eliminados por la sociedad, al igual que la enfermedad y el sufrimiento, serían definitivamente controlados por la medicina.
Es decir, se elimina el mal y queda el error y la vergüenza.
La creencia en el mal resultaba por tanto necesaria para domar la muerte y su supresión la ha convertido, según P. Ariès, en salvaje.
De este modo, nos encontramos, a pesar del interés que puede tener el concepto de la banalidad del mal planteado por H. Arendt, con la necesidad de ir más allá de su propuesta para reconocer que hay un mal nada banal en el humano.
Eliminarlo o negarlo trasladando a la disciplina, la educación y la gestión la capacidad de controlar y organizar la vida humana, provoca una profunda ceguera que impide reconocer el mal donde realmente habita. Su hábitat no son esos restos, supuestas desviaciones aún no controladas ni sometidas al imperio de la razón, somos nosotros.
Es por tanto fundamental estar advertidos, no banalizar las banalizaciones contemporáneas, más bien al contrario, pensarlas, decirlas, resistirlas.
Lierni Irizar es psicoanalista, reside en San Sebastián, España.
Miembro de la ELP y la AMP, Trabajadora social, Doctora en Filosofía, Máster en Salud Mental. Publicaciones: Irizar, L. La pérdida del humano. El modo en que se trata el sufrimiento, la enfermedad y la diferencia, Ediciones Beta III Milenio, Bilbao, 2012; Irizar, L. El cuerpo, extraño. Dos formas de entender el cuerpo: medicina y psicoanálisis, Ediciones Beta III Milenio, Bilbao, 2014.
Notas bibliográficas:
1 Irizar, L., Banalizaciones contemporáneas: lenguaje, sufrimiento, enfermedad y muerte, Ediciones Beta III Milenio, Bilbao, 2018.
2 Laurent, E., Estamos todos locos. Gredos, Madrid, 2014.
3 Miller, J. A., Todo el mundo es loco, Paidós, Buenos Aires, 2015.
4 Quignard, P., La barca silenciosa, Arena Libros, Madrid, 2013, p. 103.
5 Améry. J., Revuelta y resignación. Acerca del envejecer, Pre-Textos, Valencia, 2011. p. 92.
Artículo recuperado de: http://lalibertaddepluma.org/lierni-irizar-banalizaciones/