Luciano Luterau: «Hoy por hoy casi nadie quiere amar aunque digan lo contrario»
La «huida» de los varones. La «clinica» del soltero. La retracción de los hombres para concretar encuentros. El desconcierto frente a los cambios del siglo XXI, feminismos incluidos. El poliamor mal entendido. Las aplicaciones de citas, a medida del deseo masculino. Esos fueron algunos de los tópicos que el autor abordó en un evento exclusivo para soci@s de PáginaI12.
«Hoy por hoy casi nadie quiere amar, aunque digan lo contrario«. «Nuestra época es la de la huida de los varones«. «No creo que los solteros sean discapacitados, sino personas que eligieron un modo de vida basado en desconocer el compromiso con el otro«. «Hoy consultan muchas parejas que no llevan ni un año juntas porque hay una dificultad para consolidarse, para pasar del `juntos´ al `nosotros´. «Las aplicaciones de citas están diseñadas principalmente para varones y son de mucha vulnerabilidad para las mujeres». «El poliamor está muy lejos de ser una autorización para mantener relaciones simultáneas«.
Afirma Luciano Luterau, psicoanalista, doctor en Psicología y en filosofía recibido en la UBA. Luterau es una de esas personas con las que se podría charlar horas sobre vínculos afectivos. Acaba de publicar en Paidós El fin de la masculinidad. Cómo amar en el siglo XXI, un libro en el que se propone pensar los cambios en las relaciones amorosas entre varones y mujeres que produjeron los feminismos, sí; pero también el efecto de la neoliberalización del ser humano en esos lazos. Tan vertiginosos fueron los cambios, que cree que las categorías de «obsesivos» e «histéricas» que planteó el psicoanálisis en su etapa de consolidación deberían reemplazarse por las de «seducción» para ellos e «intensidad» para ellas, según verifica en las historias que escucha en la clínica.
Luterau cree que hombres y mujeres viven un gran desconcierto para vincularse porque falta una «codificación» para encarar las transformaciones y está convencido, como dice en el libro, de cuál es el problema de su generación, que comienza a pisar los 40 años.
«El problema de mi generación de varones y mujeres es que ya no queremos envejecer ni engordar. Hicimos del amor nuestro Dios, pero Eros es un Dios caprichoso. Le pedimos demasiadas cosas. Así fue que se cansó de nosotros y nos abandonó».
En una charla con soci@s de PáginaI12, el autor conversó durante más de una hora sobre algunos de los tópicos de su último libro, en el que aclara más de una vez que cuando habla de «lo masculino y lo femenino» no cree que la diferencia sexual sea anatómica, sino «entre dos modos de conflicto».
–-¿Por qué afirma en el texto que «hoy por hoy casi nadie quiere amar, aunque digan lo contrario»?
–Recuerdo esa frase que dice que para vivir un gran amor es preciso tener tiempo, algo que por lo general nosotros no tenemos. Esperamos del amor que se ajuste un poco a nuestros hábitos, a las costumbres, tenemos mucha disponibilidad para la seducción, pero la parte de enlace con la cotidianeidad del otro nos cuesta muchísimo, no digamos hacer entrar a otro en nuestra propia vida, con lo que eso implica, empezar a tener que transformarse uno a partir de conocer al otro, eso siempre lo pienso en términos del pasaje del juntos al nosotros. Tenemos mucha facilidad para armar un «juntos», pero lo que consolida una pareja es el armar un «nosotros», un nosotros que tiene que ver con expectativas comunes, lo resumo con lo común que hay entre dos.
En el libro, Luterau subraya lo que para él es el mayor síntoma de nuestra época en relación con el amor, que podría denominarse el modo ahorro de sufrimiento:
«Ya nadie promete no volverse a enamorar, sino que cada quien quiere amar menos, regular intensidades, dosificar los sentimientos».
Si a esto se le agrega que en otro pasaje afirma que «si alguien no está dispuesto a perder, tampoco podrá amar mucho» y los cambios que enhorabuena produjeron los feminismos, queda claro que es hora de barajar y dar de nuevo para pensar cómo amar en el siglo XXI, el tiempo de la mentada deconstrucción.
–¿A qué se refiere exactamente con el fin de la masculinidad?
–Es el fin de la masculinidad en el sentido de la única masculinidad, entendida como demostración de potencia, hay que empezar a hablar de nuevas masculinidades y darle lugar a esta diversificación.
–¿Cree que los feminismos produjeron, como cada cambio importante, cierto desconcierto en varones y mujeres a la hora de ir hacia el encuentro amoroso o sexual? Me siento feminista y sin embargo tengo nostalgia de cuando los varones me encendían el cigarrillo.
–No creo que el razonamiento sea «vamos de lo malo a lo bueno», creo en la dialéctica de la relación con el pasado, cambia el orden histórico y hoy tenemos que pensar las cosas buenas y malas de hoy. Más que una línea progresiva o un desarrollo lineal, cada época trae sus problemas.
–¿Cuáles son a su modo de ver los más graves?
–Todavía no encontramos un código nuevo. Si uno se remite a los textos fundacionales de la psicoterapia de pareja, hace 30 años por lo general las personas que consultaban a un terapeuta, habían transitado ya mucho tiempo juntos y querían ver cómo hacer para seguir cuando por ejemplo algo del deseo había desfallecido, cuando ante alguna forma el agotamiento del erotismo se transformaba en un problema, surgía algún tipo de infidelidad, mientras que hoy en día nos encontramos muchas veces con parejas que llegan porque no logran entrar en una dinámica común, donde pesa mucho más lo que es de uno, lo que es del otro, esto va de la mano de que las parejas son mucho más tardías, se piensa en convivir cuando la gente es un poco más grande.
A los 20 años, una persona es psíquicamente mucho más flexible, se adapta mucho más que a los 40 o 50 años que ya tenemos algunas mañas. Estas personas se encuentran con que quisieran poder entregarse nuevamente a una experiencia de amor, pero reconocen las limitaciones y si a eso le sumamos también el haber atravesado ya previamente alguna experiencia de pareja, si hubo hijos o no hubo hijos…
La clínica del soltero
–En el libro usted no define al soltero como a una persona que no tiene pareja estable, sino que sostiene que hay personas que teniéndola van por la vida como si no la tuvieran.
—Planteo la soltería no como una cuestión de estado civil, sino como una cuestión de disposición mental. Tomo el concepto como lo presentan también Freud y Lacan, que tiene que ver con un modo de relación con el otro, fundamentalmente si uno se va a dejar interpelar o no por el otro. Dejarse interpelar es hacerle un lugar en la propia vida, asumir la presencia del otro. Hay personas que están en pareja y nunca dan ningún indicio de eso, que mantienen cierto anonimato respecto de su intimidad para poder conservar la actitud de seducción, esto tiene que ver con conservar la posibilidad. Una persona comprometida es la que asume los actos que realiza y eso trae consigo cierta pérdida de posibilidades. Nuestra sociedad más tiene un erotismo de consumo tiene y un razonamiento especulativo muy grande.
Amor, aplicaciones y pandemia
Luterau sostiene que las aplicaciones del estilo Tinder están principalmente diseñadas para varones, que facilitan muchísimo el erotismo viril y son de mucha vulnerabilidad para las mujeres. «Pasamos de la una sociedad en la que la mujer era un objeto de deseo a una sociedad como la actual donde la mujer es un objeto, ya no de deseo, sino de consumo erótico. No hay nada más impune que el chat, en el chat más que de amar de lo que se trata es de poner a prueba el deseo y en todo caso de mostrarse deseable».
«Al menos para los heterosexuales, la potestad de decir si se produce el encuentro es del varón, antes era una potestad femenina»
El tema de las aplicaciones como único modo de conocer a alguien en plena pandemia le parece hasta peligroso y en la charla contó que le aconsejó a una paciente joven, después de que ella le contó que fue a la casa de un hombre con el que apenas había chateado un día, que no lo hiciera más porque era ponerse en riesgo.
El poliamor
Luterau cree que los hombres, cuando empiezan un vínculo con una mujer plantean que son «poliamorosos» para cubrirse y poder tener muchas relaciones sin ser acusados de traición, pero que en realidad desconocen las verdaderas condiciones de ese tipo de vínculo.
«El poliamor está muy lejos de ser una autorización para mantener relaciones simultáneas. Hay tres condiciones para poder hablar de poliamor seriamente:. La primera es la renuncia a la exclusividad sexual. La segunda es la renuncia al modelo heteronormado para pensar una relación amorosa, esto es salir de la dinámica varón- mujer, pasivo- activo, tiene que ver con desarmar la estructura binaria del amor. La tercera tiene que ver con una cuestión que es de filiación, o sea en relación a la estructura de familia, por eso los poliamorosos hablan de comunidad, es una forma de pensar el amor en términos comunitarios y ya no en función de la institución familiar. Esas tres condiciones son propias de una vida poliamorosa y conozco muy pocas personas que las cumplan».
Infidelidad
«Es más común en los varones que la infidelidad no cancele el vínculo, o sea, la infidelidad sostiene una relación exterior, pero contiene todavía la posibilidad del lazo porque sobre todo el modelo de infidelidad para el varón está calcado de la relación con la madre; reproduce la lealtad a la madre con condiciones deserotizantes por lo que cada tanto es preciso buscar afuera algún deseo. La infidelidad viril tiene raíces que son muy infantiles y muy torpes«», sostiene.
En cambio, Luterau cree que entre las mujeres es más común que ellas se auto limiten porque saben que si avanzan en una relación, se les desarmaría la pareja.
Y pone un ejemplo:
«Una mujer rechaza la invitación de tomar un café con un compañero de trabajo que le gusta para preservar su pareja. Un día lo acepta. Al tercer café ya sabe que se va a separar».
Amar o no amar parece ser entonces la cuestión. Y cómo hacerlo. A pesar del título, del neopatriarcado, del desconcierto masculino frente a los feminismos y del capitalismo en su forma actual, Luterau sostiene que «el amor es la oportunidad para que un varón deconstruya su masculinidad, advierta su carácter artificial e impostado, su torpeza intrínseca. Y así poder amar, por primera vez, sin demostraciones inútiles«.
Lo inesperado
El libro contiene una serie de «bonus track»: conversaciones con pacientes cuya identidad mantiene en el anonimato, charlas oídas en bares o con amigas que perdieron la brújula para saber cómo seducir a un hombre sin que se asuste en un momento en el que muchos hombres se replegaron. Mi favorito está vinculado a lo inesperado. A lo que ya no se usa, pero puede pasar. Al milagro que puede ser el amor:
–Salí con el pibe del taller.
–Qué bien.
–Estuvo bueno, pero casi me muero.
–¿Por qué?
–Al día siguiente me llamó.
–…
–No te digo que me mandó un WhastApp, me llamó.
–¿Cómo?
–Que sonó el teléfono te digo.
–Sí, me imagino un teléfono sonando.
–Casi me muero. Me tuve que tomar un Rivotril sublingual.
–…
–Recién después lo atendí.
–…
–Es la primera vez que un tipo me llama. Yo pensé que esas cosas ya no pasaban.
–En los países civilizados ya hablan de fobia al teléfono.
–Yo tengo eso. Casi me muero.
–¿No atendiste?
–No. Digo, sí. Atendí.
–…
–¿Sabés qué me dijo?
–No, ¿qué te dijo?
–Me dijo: «Hola, ¿Cómo estás?
–Fuerte.
–Sí, casi me muero.
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