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3. PRINCIPIO DEL EFECTO BOOMERANG

Todo lo que haces a los demás, te lo haces a ti mismo.

Todo lo positivo que sembramos a nuestro alrededor nos es devuelto con creces. Si en nuestra relación de pareja sembramos alegría, reconocimiento positivo, agradecimiento, cuidado, ternura, acogida, empatía, comunicación, generosidad y amor… estos sentimientos, valores y acciones se enraízan creando un entrono emocional protegido en el que crecen y dan fruto. Pero si lo que sembramos es egoísmo, malhumor, enfado, frialdad, crítica, queja, resentimiento, pesimismo, desánimo, desconfianza, celos… el microclima emocional de la pareja será contaminado por estas emociones que retornarán en forma de lluvia o tempestad que todo lo arrasa. La sabiduría popular ya lo ha dicho siempre: Quien siembra vientos, recoge tempestades. Las personas egoístas acaban solas. Si no nos gusta lo que recibimos en nuestra relación de pareja, tenemos que prestar mucha atención a lo que emitimos.

O de lo que se siembra se recoge y, a veces con añadidos. En nuestras relaciones con los hijos debemos tener en cuenta este principio: todo lo que haces a tu hijo, te lo haces a ti mismo. Según lo que sembremos, recogeremos. Es cierto que no todo depende, afortunadamente, de nosotros. Hay factores que dependen de nuestros hijos, del entorno e incluso del azar. Pero hay algunos aspectos, como la siembra de valores, de afecto, de buen amor, que en los primeros años de la vida de nuestros hijos serán determinantes de tendencias. Es ahí donde vale la pena invertir nuestro esfuerzo y nuestra energía emocional. Todo el amor que compartimos con nuestros hijos también es amor que nos damos a nosotros mismos.

De lo que se siembra se recoge

Había una vez un hombre que sembró una semilla de mango en el patio de su casa. Todas las tardes la regaba con cariño y repetía con verdadera devoción:

– Que me salga melocotón, que me salga melocotón.
Así llegó a convencerse de que pronto tendría un melocotonero en el patio de su casa.
Una tarde vio, con emoción, que la tierra se estaba cuarteando y que una cabecita verde intentaba salir a la búsqueda de los rayos del sol. Al día siguiente asistió emocionado al milagro del nacimiento de una nueva vida.
– Me nació el melocotonero – dijo el hombre con satisfacción y orgullo.
Por las tardes, mientras cuidaba y atendía con cariño a su árbol, pensaba y se recreaba en lo distinto que sería de esos árboles de mango populacheros que crecen silvestres, y que en época de cosecha llenan los patios de las casas. También se decía que, en unos años, su familia podría disfrutar de una suculenta cosecha de deliciosos melocotones.
El árbol fue creciendo y, un día, el hombre advirtió, primero con duda y después con incredulidad y gran desconcierto, que lo que estaba creciendo en el patio de su casa no era un melocotonero sino un árbol de mangos, como tantos otros en el pueblo. El hombre dijo con despecho y tristeza:
– No entiendo cómo me pudo pasar esto a mí. ¡Tanto que le dije que fuera melocotonero y me salió mango!

La hormiga y el trigo

Un grano de trigo se quedó solo en el campo después de la siega.
Una hormiga lo vio, se lo hecho a la espalda.
El grano le dijo: ¿Por qué no me dejas tranquilo?
La hormiga respondió:  Si te dejo tranquilo no tendremos provisiones para el invierno.
Dijo el grano de trigo: Yo no soy una semilla para ser comida, estoy llena de vida, y mi destino es el de hacer crecer una planta. Hagamos un trato.
¿Qué trato? – replicó la hormiga.
Si me dejas, dentro de un año te daré cien granos de trigo.
La hormiga pensó: ¡Cien granos a cambio de uno solo…! ¡Es un milagro!
¿Y cómo harás? – preguntó al grano de trigo.
– Es un misterio – respondió el grano. Es el misterio de la vida. Excava una pequeña fosa, entiérrame en ella y vuelve dentro de un año.
Un año después volvió la hormiga. El grano de trigo había mantenido su promesa…

Newton descubrió la ley de la causa y del efecto. En otras palabras: por cada acción hay una reacción igual y opuesta. Sólo recibimos lo que hemos sembrado. No podemos vencer esta ley. Nuestra salud física, nuestra salud mental, nuestros éxitos comerciales todas nuestras relaciones personales están regidas por esta misma ecuación que exige que “paguemos primero”. Lo fascinante de esta ley es que nunca sabemos cuándo seremos recompensados, ni cuando recibiremos el dividendo por nuestro tiempo y esfuerzo. Pero la retribución siempre llega y la incertidumbre del tiempo de llegada sólo nos sirve para hacer la vida más excitante. A menudo, recibimos amplificado lo que hemos aportado.

Hay quien piensa que el efecto boomerang es de ida y vuelta, que está personalizado y es inmediato en sus consecuencias. Si ayudamos a “A” será “A” quien nos ayude o nos lo agradezca. Esperamos que, si hacemos algo positivo por una persona, será ésta quien nos devuelva el favor o la contrapartida. Hay quien cree que todo lo bueno que se hace por los padres, hijos o hermanos revertirá, por su parte, en una mayor consideración, agradecimiento y amor hacia él. Y esto no tiene por qué ser así. Si hacemos algo esperando contrapartida, la energía emocional que nos mueve no es ecológica, ni limpia ni renovable y sus efectos difícilmente serán positivos. En cambio, si mostramos nuestra generosidad, ternura y agradecimiento, esta conducta va a generar un montón de cosas buenas para nosotros. Pero es un erro esperar que esta generosidad venga siempre de nuestra propia familia. A veces, por muchos motivos distintos, esto no va a ser así.

No obstante, el efecto boomerang se va a producir, quizá de la forma más inesperada. A través de otra persona o después de un tiempo, vamos a recibir agradecimiento, ternura y generosidad porque es lo que hemos sembrado en nuestra vida. De igual forma, si hemos sembrado resentimiento, agresividad o miedo, vamos a acabar hundidos en un clima emocional perjudicial y destructivo.

«De la familia obligada a la familia escogida.» Jaume Soler y M. Mercè Conangla