Distinguir entre decepción y desastre
Un amigo mío cuenta la siguiente anécdota acerca de algo que ocurrió cuando él era niño.
Al término de una comida en familia, su madre comunicó a los cinco hermanos y hermanas que, para postre, comerían las galletas que habían sobrado de una hornada hecha la víspera, después de lo cual depositó la galletera encima de la mesa. Los cinco chiquillos se lanzaron a la caza de galletas, y, como es natural. El pequeño, que tenía sólo cuatro años, fuer el último en conseguir introducir la mano. Cuando lo hizo, encontró una sola galleta, a la que le faltaba un trozo, ante lo cual la arrojó furiosamente al suelo llorando, desesperado: “¡Mi galleta está rota!”
Es propio de la naturaleza del Niño confundir la decepción con el desastre, destruir toda la galleta porque le falta un trozo o porque no es tan grande, tan perfecta o tan sabrosa como la galleta de otro. En la familia de mi amigo, la anécdota pasó a convertirse en la réplica habitual ante cualquier queja o protesta:
“¿Qué te pasa? ¿Se te ha roto la galleta?”
Yo estoy bien, tú estás bien. Guía práctica de análisis conciliatorio.
Dr. Thomas A Harris